Como crear tu primer comic, sin procastinar hasta morir.
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5/8/20244 min read


Cómics experimentales
Desde hace mucho tiempo, en medio del desierto, en una ciudad amurallada, sobreviven cerca de 9,000 personas en igual condición de pobreza. Este número, controlado por un rey, asegura la sustentabilidad dentro de los límites del muro. La piel azulada y la baja estatura de la mayoría de sus habitantes podrían ser consecuencia de generaciones de desnutrición o de algún proceso evolutivo, adaptado a las condiciones extremas. Pero el Rey es alto y voluminoso. A diferencia de todos, por alguna razón, mi piel es blanca; me conocen como Madre.
Algunas piedras grabadas sugieren que este lugar estuvo alguna vez rodeado por mar, pero ahora solo queda arena y sequedad. El Rey nos recuerda constantemente que, gracias a él, vivimos en paz. Incluyéndome, según él, me rescató. Fue él quien me dio mi nombre. No sé si lo hizo como una broma, pero de madre no tengo nada. Mi trabajo es encargarme de cualquiera que intente saltarse la escalera social, vigilando y eliminando.
Mi único amigo es mi sniper, con el cual hago mi trabajo. Normalmente me asignan tres balas para este, pero solo necesito una. Mi único disfrute es ver las ondas de gente cuando se abren después de disparar; me recuerdan al mar. Al principio, ningún "mono azul" me importaba; siempre y cuando yo siguiera consiguiendo mis balas, nada ni nadie me preocupaba.
Sin embargo, esa criatura era diferente. Me tomaba de la mano y me pedía que le cantara todas las noches una canción. Una estúpida canción que soñé una noche de insomnio: "No dormiré en una rama, dormiré en una cama". Era una melodía desconocida para ellos, en un idioma extraño. Sin embargo, les encantaba que se las cantara.
Probablemente traicionaba a mi único amigo al interactuar con estas criaturas, pero, a pesar de mi responsabilidad con el rifle, comencé a dormir con ellos en las antiguas ruinas. Era un cuarto de paredes inmensas y un techo tan alto que ni siquiera yo podía alcanzar. Y aunque quedaban raíces de árboles en ese lugar, no había ni una sola copa en la superficie. Ahí, mientras cantaba, descubrí un lado de mí que hacía honor al nombre que me dieron: Madre.
Este nuevo ser había aparecido un día, como yo, fuera de la muralla, en posición fetal. A diferencia de los demás, su piel podía confundirse con la tierra después de la lluvia. Esto me hizo descartar la hipótesis de evolución. El motivo de su llegada revoloteaba mi cabeza buscando respuestas, pero nada encajaba. Era un poco más alto que los otros y también temía a la noche. Sin embargo, mientras ellos temían lo conocido, yo. El miedo de esta nueva criatura era mucho más profundo, como el de un niño que aleja su mano al sentir que el fuego lo quema. Por eso nunca sospeché de él.
Esa noche, mientras realizaba mis labores de vigilancia nocturna, descubrí la verdad. El hijo del barro, como lo llamaba en mi mente, que siempre tomaba mi mano como si nada más existiera en el mundo. Recuerdo una vez que sentí algo diferente. Al tocarlo, un miedo incontrolable apareció, como si todos los indicios que alertaban el peligro se volvieran tangibles. Era como si el fuego me hipnotizara con su danza, solo para quemar mi mano después. No tardé mucho en entender por qué me tocaba así.
Mi trabajo era evitar que alguien interrumpiera la ejecución pública. Ese día, el Rey no me pidió que interviniera directamente, solo me dio mis tres balas usuales. En el pasado, él me había dado instrucciones claras para acabar de inmediato con cualquiera de los 8,910 habitantes afectados. Pero esa vez, todo era diferente; quería hacerlo público.
El espectáculo del Rey tenía un propósito claro: siempre montaba un acto cuando temía un cambio en la hegemonía. En ese momento, mientras ojeaba la mirilla de mi sniper, me di cuenta. Me di cuenta de que el trabajo ya estaba hecho, que la respuesta estaba en los niños. Lamentablemente, esa respuesta no favorecía al rey.
Nunca entendí qué ocultaba mi canción, nunca entendí qué hacía el hijo del barro ahí, o qué lo hacía especial. Pero sabía que ellos nunca serían libres mientras él viviera.
El primer disparo reveló mi traición. Liberé al marrón. Enseguida, los demás azules se abrieron; fue un espectáculo. Otros azules vinieron por mí. Nunca había dejado un trabajo sin terminar, y nunca antes había necesitado más de una bala. La excitación de usar una segunda bala solo fue el punto medio de mi día. Mi corazón latía con una intensidad que nunca antes había sentido, dándome una concentración distinta.
Solo me quedaba un disparo y el tiempo se agotaba. Los azules venían cada vez más rápido, rodeándome. La duna frente a mí revelaba esa ciudadela. Una caída desde esa altura es fatal. Ya fuera por el impacto o por las criaturas que se arremolinaban como una playa picada, había tiempo. Disparé mi última bala.
Corrí hacia la oleada azul, tomé impulso y salté hacia la duna. Mi segundo disparo llegó justo a tiempo. La luz del sol reveló mi quickscope, y mi tiro final impactó en el blanco. Una masa azul estaba a punto de solidificarse alrededor del rey para protegerlo, pero era muy tarde. Mis balas siempre debían dar en el objetivo.
Nunca entendí más allá de lo que hacía y nunca pude usar mi tercera y última bala. Esto último, de alguna forma, me hizo de lo más feliz. Mientras respiraba las últimas bocanadas de aire, contemplé cómo el sol bajaba revelando un azul que cubría el desierto como si hubiese regresado el mar. Tal vez lo imaginé todo, pero juraría que sentí una gota de agua cerrando mis ojos.
Madre
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Al inicio fue esta la historía que inspiro el cómic.
